Mis alumnos




En mis inicios como profesora de español a inmigrantes, he reflexionado mucho sobre cuál sería el mejor modo de plantear una clase para este tipo de alumnado, qué contenidos enseñar y qué metodología seguir; qué me ofrecían los manuales y cuáles eran las necesidades e intereses de mis alumnos —pues en no pocas ocasiones he encontrado una enorme disparidad entre los unos y las otras—; si debía partir de algún manual específico o, por el contrario, elaborar mis propias clases. A estas dudas se sumaban otras circunstancias, como era la heterogeneidad de las clases en cuanto al nivel de alfabetización y el modo en que debía afrontarlo. Contaba con abundante documentación y bibliografía adquirida durante el Máster que curso actualmente sobre formación de profesores de español, pero, y a pesar del enorme caudal de información, no lograba dar respuestas a mis preguntas. 
Finalmente, tras muchas consultas, encontré en el Centro Virtual Cervantes (infra) un artículo de Félix Villalba Martínez y Mª Teresa Hernández García titulado: ¿Se puede aprender una lengua sin saber leer? Alfabetización y aprendizaje de una L2, que responde satisfactoriamente a algunas de mis preguntas, plantea una metodología en cuanto a cómo enfocar la alfabetización y realiza reflexiones de gran utilidad:
A continuación cito una de las partes que me han parecido más didácticas. Subrayo la idea con la que me quedaría:

La soledad en la que vivía Robinson Crusoe pareció acabar el día en que encontró a otro ser humano en su isla. No podía creer que al fin se cumpliesen sus sueños, tener a alguien con quien compartir sus penurias, con quien hablar. Y aunque desde el primer momento quedó claro que no iba a resultar fácil entenderse, pues no hablaban la misma lengua, siguió sintiéndose agradecido ante este hallazgo. Robinson, como buen náufrago y hombre civilizado, se dispuso a solventar esta pequeña dificultad haciendo que el recién llegado aprendiese su idioma: «…le hice saber que su nombre era Viernes, que era el día en que le salvé la vida (…) también le enseñé a decirAmo, y entonces le hice saber que este era mi nombre» (1974:139).

De esta forma y, poco a poco, Viernes se convirtió en ese compañero anhelado con el que trabajar, discutir o afrontar el futuro. Ahora bien, ¿cómo consiguió Robinson enseñar su idioma a alguien que no sabía ni leer ni escribir? Pues, evidentemente, con mucha paciencia y, sobre todo, hablando. Tenía todo el tiempo del mundo y sabía lo que quería: comunicarse.
Con esto concluyo que, en la enseñanza del español, no basta con los conocimientos lingüísticos y los más recientes medios y recursos tecnológicos, sino que, dependiendo de la situación de nuestros estudiantes, será preciso desarrollar determinadas actitudes y meditar acerca de sus necesidades más inmediatas; y, en función de esto, pensar en las estrategias y metodologías que mejor se adapten a sus intereses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario